Todos soñamos con el éxito. Es nuestro objetivo, o nuestro destino en la vida.
Para algunos, el éxito consiste en ganar mucho dinero, vivir cómodamente y
jubilarse sin problemas.Otros sueñan con destacarse en alguna actividad,
ganar dinero y lograr la admiración de los demás como individuos importantes
e inteligentes.Hay otros más para quienes el éxito supone la acumulación de
bienes materiales, sin incurrir en deudas. Tener una casa propia, conducir un
auto lujoso, poder entrar en una tienda y comprar lo que a uno se le antoje.
Eso es el éxito.También hay quienes equiparan el éxito con tener una familia
feliz: una esposa o esposo amoroso e hijos obedientes.Todos albergamos el
sueño de alcanzar el éxito.La Biblia dice: "Deléitate en el Señor, y Él te
concederá los deseos de tu corazón" (Sal. 37:4). Es una promesa maravillosa.
El problema, al parecer, es que esto rara vez sucede. Si ocurriera con
frecuencia, mucoos gozarían de salud, fortuna y sabiduría, pues es lo que
deseamos ¿verdad?...¿Por qué, pues, no logramos el éxito si es lo que desea
nuestro corazón?... ¿Será que tenemos una idea equivocada del éxito?...
¿Tal vez no hayamos comprendido las condiciones que Dios establece para
alcanzarlo?...
La primera condición, la única en realidad, es "Deléitate en el Señor". En otras
palabras, pon a Dios ante todo. Jesucristo dijo lo mismo cuando instó a sus
discípulos: "Busquen primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas
cosas les serán añadidas." (Mt. 6:33)...
El problema no es carecer de objetivos, sino que éstos sean equivocados.
CUANDO EQUIVOCAMOS NUESTRO DESTINO...
El año pasado Arthur subió a un avión en Nueva York para volar a Melbourne,
Florida, donde vivía. El avión hizo una escala en Tampa antes de seguir rumbo
a Melbourne. La azafata pidió a todos los pasajeros que iban a Melbourne que
permanecieran a bordo durante el breve tiempo que estuvieran en Tampa, ya
que el vuelo iba algo retrasado.
Arthur estaba leyendo, por lo que no puso mucha atención a lo que sucedía,
pero se dio cuenta que llevaban más tiempo de lo normal en tierra. Preguntó
a una de las azafatas qué ocurría.
Hemos perdido a dos pasajeras que van a Melbourne, contestó.
Bajaron en Tampa por error y, al buscarlas para que subieran nuevamente al
avión, no las hemos encontrado.
Pocos minutos más tarde, dos damas de edad avanzada subieron presurosas
al avión. Estaban confundidas y hablaban muy rápidamente en italiano, agitando
las manos. La azafata las condujo a sus asientos y el avión despegó
inmediatamente para emprender el corto vuelo a Melbourne, al otro extremo del
Estado de Florida.
Ya en el aire, la azafata se detuvo junto al asiento de Arthur para contarle lo que
había sucedido. Las dos mujeres provenían de Italia, y no hablaban nada de
inglés. Era su primer viaje a los Estados Unidos, donde pensaban visitar a unos
familiares que vivían en la zona de Melbourne, que les iban a estar esperando en
el aeropuerto. Se trataba del viaje más largo de su vida, por lo que estaban
emocionadas... y algo asustadas.
Habían subido al avión en Roma para hacer el largo viaje a los Estados Unidos:
luego cambiaron de avión en Nueva York tomando el vuelo en dirección a
Melbourne, hacia el sur. Como no entendían inglés, no se dieron cuenta de que,
antes de llegar a Melbourne, había que hacer escala en Tampa. Cuando el
aparato aterrizó en Tampa, se asomaron por la ventanilla, vieron palmeras
meciéndose bajo el sol de Florida y supusieron que ya habían llegado a su
destino.
Se unieron a los que descendieron del avión en Tampa y se apresuraron a
buscar a sus seres queridos, que habían prometido recibirles en el aeropuerto.
Ni tan siquiera pensaron que aún estaban a 200 kilómetros de su destino.
Se habían bajado en Tampa pensando que el sueño de toda su vida se cumplía
por fin, sólo para descubrir que estaban perdidas en un enorme aeropuerto y
que ninguno de sus seres queridos estaba allí para recibirlas.
Las azafatas las encontraron por fin, aturdidas y vagando por la extraña terminal
aérea. Sin embargo, cuando trataron de hacerlas regresar al avión, se negaron.
Creyeron, erróneamente, que las obligarían a regresar a su tierra natal. Alguien
encontró finalmente a un maletero que hablaba italiano. Este explicó a las
mujeres que no estaban donde debían estar; sólo entonces corrieron al avión,
deseosas de seguir hasta su destino final.
A la mayoría de nosotros nos sucede lo mismo. Por alguna razón, tal vez porque
no entendemos el lenguaje de Dios en la Biblia, nos detenemos en el lugar
equivocado. Equiparamos el éxito con el dinero, la seguridad y el prestigio.
No comprendemos que el verdadero éxito se logra cundo satisfacemos nuestras
necesidades espirituales. Pocos alcanzamos ese éxito supremo, porque nos
encontramos demasiado ocupados corriendo por el aeropuerto del éxito
material.
¿Qué nos hace descender en Tampa, cuando lo que realmente necesitamos es
ir a Melbourne?...
Pueden ser muchas las razones. Quizás no entendamos el idioma. Lo que
necesitamos entonces es un intérprete, alguien que nos explique las
indicaciones que nos da Dios. O tal vez alguien nos dio falsas instrucciones.
Quizás te ha cegado la visión de las palmeras. Durante toda tu vida has vivido
en las montañas y al divisar lo que parece ser el éxito, te invade una sensación
tan agradable, que decides detenerte en el primer oasis, en lugar de seguir
hasta encontrar lo mejor que Dios ofrece....
Tal vez, en tu afán por encontrar el éxito, has prestado oídos a quien te ofrece
un camino fácil, que te lleva a caminar en el error y al fracaso...
Lee la Biblia y escucha a tu corazón...
Éxito, amor, paz, salud, felicidad y bendiciones, para ti que buscas la estabilidad
en la vida y en el camino de Dios...